Por Susana Vidales | Ciudad de México | Martes 2 de
junio2020
Querida
Silvia,
Han sido días
obscuros y tristes. Por si el pesar de la cuarentena fuera poco, han sucedido en
este tiempo cuatro muertes de seres cercanos e importantes en mi vida. A ninguno
se lo llevó el virus, pero sus muertes estarán marcadas por el horror de estos
tiempos que no permitieron despedirlos como se merecían y paliar con los ritos
funerarios el dolor y la orfandad en que nos deja su partida.
Chaneca
Maldonado murió el 18 de mayo y al dia siguiente en la mañana también se
fue
Carlos Ferra. Unas semanas antes había muerto Malena Fierro y hoy me acaban de
informar que murió en Buenos Aires, Nohemí Hakel, compañera y cómplice de mis
años en la izquierda revoucionaria y el activismo feminista de los años 70-80.
Chaneca Maldonado |
Chaneca y
Ferrá tenían sus añitos, ella 92 y el casi 80, así que podemos decir que sus
muertes están influídas por su edad; pero Malena y Nohemi eran jóvenes
sesenteras que se fueron a causa del cáncer; Malena lo padecía desde hacia años
y lo de Nohemí fue totalmente sorpresivo, un cáncer silencioso que causó su
muerte en menos de dos semanas.
Me invade la
tristeza y la nostalgia. Con Chaneca
coincidí durante más de 30 años en la mesa de los viernes en casa de Marta
Lamas; comida que por primera vez se ha suspendido por culpa del coronavirus.
Ellas se conocian desde finales de los setenta.
Era una
mujer muy simpática, con ocurrencias y frases geniales que hacían la delicia de
la mesa, con interminables y maravillosas anécdotas sobre el México de cuando
ella era joven, en las que contaba cómo se podia avanzar entonces en la vida si
una hablaba inglés y tenia chispa; de cómo asi entró al mundo de la publicidad
en el México de los años 50 y si mal no recuerdo la campaña cervecera de la
rubia de categoría la hizo famosa.
Una mujer
muy bella por fuera y por dentro. Solidaria como ninguna, que asombraba por su
vitalidad, a pesar de que a la mayoria nos llevaba fácil 20 años, era una de
nosotras.
Por otro
lado, las muertes de Ferrá , de Malena y de Nohemí me llevan a una etapa de mi
vida de la que ya me es dificil recordar acontecimientos con nitidez, tanto
porque han pasado más de cuarenta años como por el hecho de que éstos están
teñidos del romanticismo de la militancia de izquierda a principios de los 70. (Me vino a la mente la canción de Ana Belén,
Yo también nací en el 53).
Susana Vidales, Carlos Ferra, Anita López |
Conocí a
Malena y a Ferra durante mi participación en los círculos de estudio formados
durante el movimiiento estudiantil de 1973 en la Universidad de Sonora para
adentrarse en el marxismo y conocer algunos textos de la llamada “liberación de
la mujer”.
Ferra era
uno de los maestros en el grupo Prefasio.
Muy serio, a simple vista resaltaba porque vestía muy conservadoramente en
una época de jeans y camisetas; no fumaba ni se le conocían vicios y podía
hablar de casi cualquier tema citando sus fuentes, fundamental en aquellos
tiempos. No recuerdo verlo alterado,
siempre su hablar tranquilo, didáctico, hasta dulce. En el una tenía un
interlocutor y un maestro maravilloso.
Su
influencia fue decisiva para mi adhesión a la corriente marxista representada
por el Grupo Comunista Internacionalista, que seguía la tradición del
revolucionario ruso Leon Trosky.
Fue precisamente
en la casa en que vivíamos Malena y yo donde se celebró la reunión en la que un grupo
de activistas del movimiento estudiantil se integró a la militancia en esa
organización. Ferra estaba presidiendo
la reunión junto a Manuel Aguilar Mora y Alfredo López (Castillo), dirigente
del GCI y solo nosotras dos mujeres.
Esa misma
noche se inició la represión al movimiento y la Judicial allanó la casa y entre
otros compañeros nos llevo presas a las dos. A los hombres los metieron en las
celdas del sótano del edificio de la Judicial y a nosotras nos encerraron en el
cuartito de transmisión de la radio, situado en medio de las oficinas .
Ahí
estuvimos una semana, quizá más, con la misma ropa y durmiendo como se podía
ante la falta de espacio, saliendo al baño, escoltadas, ante las miradas de
todas las oficinistas que sin embargo no decían nada, y siendo diariamente
interrogadas por el Coronel Arellano Noblesia para que confesáramos una
conspiración anti gobierno que no existía.
La
intervención de mi padre, abogado y periodista, fue decisiva para que nos
dejaran en libertad, a partir de ahí y durante muchos años cada una tomó
distinto camino; ella se fue a Berkeley en California y yo me vine a la ciudad
de México.
Nos re
encontramos a mediados de los noventa en el mágico pueblo de Tepoztlan a través
de Patricia Barreto, otra activista del movimiento. Malena y su compañero de años, Manuel Lepe,
se convirtieron en una leyenda entre los
artesanos del pueblo, producían objetos de piel con diseños innovadores.
Malena era una estudiosa del castellano, excelente
correctora de estilo, con una ortografía perfecta y una obsesión por el uso
adecuado del lenguaje. Disfrutaba de la vida y estar en su compañía era
enriquecedor. Cuando enfermó de cáncer se encerró mucho en si misma, no se
dejaba ver fácilmente. Yo respeté su
deseo de alejarse, cada persona reacciona de manera diferente a la enfermedad
del cáncer, pienso que debe causar aún más miedo y angustia de la que provocan
estos tiempos del coronavirus en los que
la muerte ronda por las calles y amenaza con entrar a nuestras vidas.
Luego de la
represión al movimiento y del exilio masivo de activistas, ya en la ciudad de
México, el grupo del GCI, decidió regresar a Hermosillo para instalar una
imprenta clandestina y continuar el movimiento.
Ferra estaba ahí cuando nos
dieron la bienvenida a la llamada casa segura, en la que habríamos de convivir
por unos meses en encierro total. No recuerdo cuántos éramos, quizá seis, ocho,
entre ellos Carlos Martínez y Rubén Duarte, que también se han ido ya de este
mundo.
Un día llegó acompañado de Anita López, que era famosa en la Universidad
por su militancia comunista, y nos la presentó como su compañera. Durante los meses que vivimos ahí fueron los
únicos con el privilegio de la privacidad de una recámara propia, lo que generó
todo tipo de envidias. Lo de la casa de
seguridad no terminó muy bien y regresamos todos a la ciudad de México.
Tengo la
imagen de Ana embarazada de Eunice creo a un año de lo de la casa de seguridad,
en la época en que brevemente compartimos un pequeño departamento en las calles
de Xotepingo, en el sur de la ciudad de México, donde también vivía Milisa
Villaescusa, otra preparatoriana exiliada del movimiento y militante del GCI.
Para septiembre de 1975 Ferra y Ana, Milisa y
su compañero Salvador Durán estaban ya viviendo en una casa en la calle de
Aguascalientes en la colonia Condesa y Ana se fue a parir a Sonora.
A pesar de
que nuestras actividades y caminos se separaron, a partir de mi renuncia a la organización
troskista en 1980, siempre estuvimos en
contacto. En los últimos tiempos nos acercamos más porque estuve trabajando
siete años para el Colegio de Pos graduados en Ciencias Agrícolas ubicado en
Texcoco donde ellos vivían y muchas veces me hospedaron hasta que finalmente me
mude a una casita en la misma colonia que ellos.
Los admiré
por la crianza de Lolita, una pequeña con dificultades de salud a la que
adoptaron hace casi 20 años y que significó un fuerte esfuerzo físico y
emocional para la pareja. Ferrá mostraba
una paciencia y dedicación a la niña como la que le había yo visto con su
propia hija años atrás.
A Nohemí
también la conocí en el Grupo Comunista Internacionalista, que después se
convirtió en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, fuimos parte de las
troskistas feministas de los años setenta-ochenta.
Trabajamos
en la Comisión de la Mujer y en Colectivo de Mujeres para sentar las bases de
la política de ese partido hacia el re surgente movimiento feminista de esos
días. No siempre era fácil ser feminista y militar en un partido político así
fuera de izquierda. Hay todo tipo de
camaradas en lo que a la comprensión y el respeto a los derechos de las mujeres
se refiere y no faltan comportamientos machistas y comentarios y actitudes
sexistas.
Fue un tiempo muy intenso e interesante en cuanto a los cambios en el
comportamiento de los militantes ante los argumentos feministas y los
lineamientos establecidos por el partido.
Nohemí era
ferviente seguidora de llevar la teoría a la práctica, de que lo personal es
político. Su alegría de vivir y su
sonrisa eran maravillosas. Las fiestas en la casa que habitaba con otras
camaradas eran legendarias. Empezaban con la discusión política y terminaban en
la madrugada luego del baile y el romance.
A mediados
de los 80 se regresó a su natal Argentina. La visité un par de veces en su
hermosa casa del barrio de Palermo en Buenos Aires, llena de flores y de gatos;
la vi cuando viajó a México con su hija Anahí y luego cuando vino acompañada de
su marido Alfredo hace más o menos un año y cenaron en casa. Quedamos de vernos
ahora por sus rumbos. Ya no será.
Nohemí Hackel y su hija Anahí |
¿Sabes lo
que más me jode de esta pandemia? , me escribió apenas el 29 de marzo por whatsapp:
“Que justo cayó cuando el movimiento de mujeres estaba en auge global. Y encima
cuando se reivindicaba feminista, porque recordarás que hasta hace no tanto
tiempo una gran parte de las y los activistas sociales decía no ser feminista.
Ojalá se recupere ese protagonismo cuando pase este temblor, motivos sobran”.
Dicen que
nada será ya igual cuando salgamos a lo que ahora llaman la nueva normalidad.
Lo único que espero es que por lo menos una mayoría nos hayamos dado cuenta de
cuáles son las cosas que realmente importan en la vida y estemos dispuestas a
luchar por ellas.
Ojalá que de
esta cuarentena emerja una nueva humanidad, responsable, solidaria, respetuosa
de las diferencias, involucrada en la solución de los problemas y crítica de un
sistema que nos mostró su incapacidad para hacerse cargo del bienestar humano y
del planeta.
Una ciudadanía que exija a sus gobiernos que se hagan los cambios
necesarios para que el país y el mundo caminen en otra dirección, más a favor
de la vida y del respeto a los derechos humanos de toda la humanidad.
Gracias Silvia
por permitirme este espacio para honrar a estos mis muertos de los tiempos de
la pandemia. Espero que no haya más.
Susana
Vidales
*Todas las fotos han sido proporcionadas por la autora