Por Erika Cervantes | Querétaro,
Querétaro | 21 de mayo 2020
Soy
Erika tengo 48 años recién cumplidos y llevo 63 días en cuarentena, no es el
primer confinamiento en mi vida, uno fue en 2009 por el virus de influenza
H1N1, nos fuimos a nuestra casas por 3 semanas las personas que trabajábamos y
las niñas y niños suspendieron por 6 semanas,
tiempo durante el cual se
encontró un medicamento para tratarla.
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Foto: Erika Cervantes |
En esta
ocasión las horas se hacen largas, yo tengo un hijo de 9 años en unos días
cumplirá diez, desde que nació yo me dedico a la crianza de él, así que mi
actividad se limita a mantener funcionando las necesidades básicas de la
familia.
Eso
implica tener en mente durante todo el día, ir resolviendo lo que sea
necesario, desde saber donde quedaron los libros de la tarea, hasta que se hará
desayunar mañana.
Sesenta
y un días, que me obliga a pensar desde el viernes que voy hacer de comer, ya
que las verduras y carne serán comprados por mi pareja el sábado, y adaptarme a
lo que se encuentre en el mercado, a veces no conseguimos todo, porque casi
toda la gente sale el fin de compras.
Y mi
esposo se mantiene trabajando en línea de lunes a viernes, algunas veces tiene
que salir de viaje, porque trabaja en el sector primario de producción de
alimentos y regresa el mismo día por la tarde.
Esto
hace que me angustie mucho, porque a estas alturas de la pandemia los lugares
de atención en salud se encuentran saturados, y si enfermamos éste es un
problema que enfrentaremos.
Mi hijo
quiere salir, él no entiende porqué no puede jugar con sus amiguitos, ya hasta
anhela entrar a clases y “volver a la vida normal”, y yo no tengo la fuerza
para decirle que no habrá normalidad hasta que se encuentre una vacuna, mi
único argumento es: no podemos salir para protegernos de morir.
Estos
dos meses y días he visto pasar cumpleaños de varios integrantes de mi familia
incluido el mío y uno sonríe para que todos mantengamos la calma, por dentro me
entristece, veo el cansancio en los ojos de mi padre de 80 años, y su voz
pidiendo poder abrazar a su nieto, en las videollamadas que se han vuelto
nuestro contacto con las personas que amamos.
Y
también he llorado la muerte de familiares que no han logrado recuperar la
salud, que no deja de dolerme saber que no estaba nadie de nuestra tribu cerca
al momento de irse, y que nadie pudo ir a presentar sus respetos y despedirse.
Así es muy difícil vivir el duelo.
Sé que
no somos la única familia que pasa por eso, y enterarme de otras muertes, las
condiciones en las que ocurre y el dolor como sello en la vida de las personas
me pone muy triste y desesperanzada.
Por
salud mental y fortaleza adopte vivir un día a la vez, resolver los retos de
ese día, y no pensar en mañana, me han ayudado a mantener la angustia a raya,
no siempre lo logro, porque veo la necesidad de muchas personas de salir y
arriesgarse porque no pueden encerrarse porque su comida depende del trabajo
que desempeñan ese día a día.
A veces
me siento muy inútil porque estoy lejos de mi familia y en caso de necesidad no
podré ayudarles o siquiera verles. Pero trato de mantenerme positiva pensando
que podrán enfrentar lo que se presente.
Los 61
días me han hecho mella, nunca he sido ejemplo de paciencia pero a la distancia
encerrada, me han hecho más irritable, duermo mal y me siento cansada, nunca
puedo terminar la tareas que necesito hacer, siempre me quedan cosas por hacer.
Si bien
trate de mantenerme ocupada, lo único que logre fue sentirme frustrada de no
atender lo necesario. Eso sí estoy recordando los conceptos básicos de 4 años
porque tengo que acompañar y explicarle a mi hijo la clase que necesita, para
contestar los trabajos que envían de la escuela.
Otros
días he experimentado el deseo de quedarme en la cama todo el día, pero nunca
cedo porque entonces me daría por vencida y esa aún no es una opción ya que
depende de mí un niño, hemos desarrollado
más resiliencia, porque aun sentimos que nos duele el corazón por muchas cosas
que pasan y somos capaces de sentir empatía por otras personas.
No sé
cuando va acabar el miedo, la zozobra, y la incertidumbre, sé que en términos
materiales tendremos problemas de manera inmediata, ya lo vemos en nuestras
compras menos cosas por más dinero.
Pero sigo pensando en que saldremos de ésta,
distintas, más furiosas o más en calma no sé pero distintas.
Pero
siempre me centro y bajo a tierra cuando me quiero dar a la desgracia, tomando
la mano de mi cría que duerme agobiada por si mañana podrá salir a jugar.
Espero
poder decirle que sí, que volvemos a la normalidad, mientras tanto cubrimos
nuestra sonrisa y deseamos no enfermar.
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