sábado, 6 de junio de 2020

Relatos de mujeres COVID-19 | El confinamiento


Por Erika Cervantes | Querétaro, Querétaro | 21 de mayo 2020

Soy Erika tengo 48 años recién cumplidos y llevo 63 días en cuarentena, no es el primer confinamiento en mi vida, uno fue en 2009 por el virus de influenza H1N1, nos fuimos a nuestra casas por 3 semanas las personas que trabajábamos y las niñas y niños suspendieron por 6 semanas,
Foto: Erika Cervantes
tiempo durante el cual se encontró un medicamento para tratarla.

En esta ocasión las horas se hacen largas, yo tengo un hijo de 9 años en unos días cumplirá diez, desde que nació yo me dedico a la crianza de él, así que mi actividad se limita a mantener funcionando las necesidades básicas de la familia.

Eso implica tener en mente durante todo el día, ir resolviendo lo que sea necesario, desde saber donde quedaron los libros de la tarea, hasta que se hará desayunar mañana.

Sesenta y un días, que me obliga a pensar desde el viernes que voy hacer de comer, ya que las verduras y carne serán comprados por mi pareja el sábado, y adaptarme a lo que se encuentre en el mercado, a veces no conseguimos todo, porque casi toda la gente sale el fin de compras.

Y mi esposo se mantiene trabajando en línea de lunes a viernes, algunas veces tiene que salir de viaje, porque trabaja en el sector primario de producción de alimentos y regresa el mismo día por la tarde.

Esto hace que me angustie mucho, porque a estas alturas de la pandemia los lugares de atención en salud se encuentran saturados, y si enfermamos éste es un problema que enfrentaremos.

Mi hijo quiere salir, él no entiende porqué no puede jugar con sus amiguitos, ya hasta anhela entrar a clases y “volver a la vida normal”, y yo no tengo la fuerza para decirle que no habrá normalidad hasta que se encuentre una vacuna, mi único argumento es: no podemos salir para protegernos de morir.

Estos dos meses y días he visto pasar cumpleaños de varios integrantes de mi familia incluido el mío y uno sonríe para que todos mantengamos la calma, por dentro me entristece, veo el cansancio en los ojos de mi padre de 80 años, y su voz pidiendo poder abrazar a su nieto, en las videollamadas que se han vuelto nuestro contacto con las personas que amamos.

Y también he llorado la muerte de familiares que no han logrado recuperar la salud, que no deja de dolerme saber que no estaba nadie de nuestra tribu cerca al momento de irse, y que nadie pudo ir a presentar sus respetos y despedirse. Así es muy difícil vivir el duelo.

Sé que no somos la única familia que pasa por eso, y enterarme de otras muertes, las condiciones en las que ocurre y el dolor como sello en la vida de las personas me pone muy triste y desesperanzada.

Por salud mental y fortaleza adopte vivir un día a la vez, resolver los retos de ese día, y no pensar en mañana, me han ayudado a mantener la angustia a raya, no siempre lo logro, porque veo la necesidad de muchas personas de salir y arriesgarse porque no pueden encerrarse porque su comida depende del trabajo que desempeñan ese día a día.

A veces me siento muy inútil porque estoy lejos de mi familia y en caso de necesidad no podré ayudarles o siquiera verles. Pero trato de mantenerme positiva pensando que podrán enfrentar lo que se presente.

Los 61 días me han hecho mella, nunca he sido ejemplo de paciencia pero a la distancia encerrada, me han hecho más irritable, duermo mal y me siento cansada, nunca puedo terminar la tareas que necesito hacer, siempre me quedan cosas por hacer.

Si bien trate de mantenerme ocupada, lo único que logre fue sentirme frustrada de no atender lo necesario. Eso sí estoy recordando los conceptos básicos de 4 años porque tengo que acompañar y explicarle a mi hijo la clase que necesita, para contestar los trabajos que envían de la escuela.  

Otros días he experimentado el deseo de quedarme en la cama todo el día, pero nunca cedo porque entonces me daría por vencida y esa aún no es una opción ya que depende de mí un niño,  hemos desarrollado más resiliencia, porque aun sentimos que nos duele el corazón por muchas cosas que pasan y somos capaces de sentir empatía por otras personas.

No sé cuando va acabar el miedo, la zozobra, y la incertidumbre, sé que en términos materiales tendremos problemas de manera inmediata, ya lo vemos en nuestras compras menos cosas por más dinero.

Pero sigo pensando en que saldremos de ésta, distintas, más furiosas o más en calma no sé pero distintas.

Pero siempre me centro y bajo a tierra cuando me quiero dar a la desgracia, tomando la mano de mi cría que duerme agobiada por si mañana podrá salir a jugar.

Espero poder decirle que sí, que volvemos a la normalidad, mientras tanto cubrimos nuestra sonrisa y deseamos no enfermar.



No hay comentarios: