Por: Irma Alma Ochoa Treviño | Monterrey, Nuevo León | abril 2020
Me llamo Irma Alma Ochoa Treviño, soy
nuevoleonesa, defensora de derechos humanos, casada por
amor y madre por
decisión.
Irma Alma Ochoa | Monterrey |
El confinamiento a que dieron lugar los recientes
acontecimientos, interrumpe nuestros planes, proyectos, viajes, visitas,
celebraciones, conferencias, talleres, etcétera. El coronavirus ha puesto al
mundo de cabeza y ha provocado un sinfín de emociones difíciles de explicar.
Trataré de encontrar la palabra exacta para expresar
las emociones que me generan la pandemia y los infaustos pronósticos de
contagio, tan temibles como la Hidra de mil cabezas y su venenoso aliento,
leyenda que escuché de mi madre, las imágenes que se dibujaban en mi mente niña,
me impelían a refugiarme en su regazo.
Hoy no cuento con el regazo de mamá para
protegerme de los demonios que me aterrorizan. Adulta, debo valerme por mi
misma. Para no caer presa del miedo al contagio, en el encierro practico
algunos pasos de I Will Survive, pieza que popularizo Gloria Gaynor a fines de los
70´s, en ocasiones canto algunas estrofas de A mi manera de Claude François, o me animo leyendo en voz alta el
poema No te rindas de Mario Benedetti.
Reconozco que aún, sin haberles conocido, me
entristezco por las personas que han perdido la vida por el coronavirus y el
dolor que su partida ha causado en familiares y amistades. Me inquieta lo que
vendrá después de estos aciagos tiempos.
Constantemente pienso en la situación que vivo
junto a mis seres queridos. ¿Podremos evitar ser víctimas de este problema?,
pienso en mi cómplice y todo, en mis dos hijos, en el primogénito que habita
cerca y nos visita a diario, exponiéndose a los peligros de la calle. Pienso en
mi benjamín, que reside en el extranjero, confinado desde hace semanas en el departamento
y que solo puede salir para gestionar lo más indispensable.
Anhelo que nadie, absolutamente nadie, contraiga
el virus, que todas y todos sobrevivan a esta funesta plaga, sean familiares o
no, sean cercanos o no, sean conocidos o no, vivan en México, en Estados
Unidos, en China, en Italia o en cualquier lugar del mundo.
A través de los medios de comunicación sabemos
que en todo el mundo, incluso en países desarrollados hay carencias
significativas para atender la pandemia. ¿Qué resultados podrá dar México en el
combate al coronavirus?, si desde hace meses hay noticias de que los hospitales
no cuentan siquiera con medicamentos para atender a niñas o niños con cáncer,
ni para atender a las mujeres con cáncer de mama.
Me preocupo porque las instituciones de salud
carecen de lo más indispensable para afrontar la magnitud del problema que se
avecina, ¿tendrán Paracetamol?, la línea de contagios va en subida y no sabemos
en qué momento descenderá. La incertidumbre pesa, el miedo abate.
Seguido me desvelo pensando en la cuerda floja por
la que, cada día, transitan las y los profesionales de salud que tratan de ganarle
la batalla al coronavirus. ¿Qué podríamos hacer si ellas y ellos pierden la
lid? Seguramente sucumbiríamos.
Ayer noche me pregunté ¿qué podríamos hacer para
motivarles?, prendí la televisión justo en el momento en que en España daban un
caluroso aplauso a profesionales de medicina, de enfermería, de laboratorio, de
mantenimiento, de ambulancias, de administración...
Consideré pertinente reproducir en el barrio el
reconocimiento que vi hacer en España: dedicarles cada noche un minuto de
aplausos a las 8:00 p.m. Mi cómplice y yo salimos a la puerta de casa a
aplaudir. No hubo eco. Tampoco hubo eco hace más de 20 años que promovimos la
cultura de la denuncia de la violencia familiar, éramos muy pocas feministas,
nos tildaron de locas y otros calificativos, pero conseguimos codificar el
delito.
En tiempos del coronavirus, me preocupa que las
mujeres, adolescentes y niñas, por motivos sanitarios estén confinadas con sus
agresores, en casas que en vez de ser refugio, sitio de paz, sana convivencia y
armonía, para ellas son espacios de tortura, donde se ejerce la violencia en
todos sus tipos e, incluso, puede llegar al feminicidio.
Lucho contra el maldito insomnio, creo que nomás
por fastidiar le gusta repasar los problemas una y otra vez. Imagino al
problema cual si fuera mula de molienda, dando vueltas y vueltas en un círculo
infinito, sin obtener solución alguna. Pasan los minutos y sigue dándole
vueltas al molino hasta que amanece. El insomnio, sonriente, volvió a ganar la
partida.
Querida Silvia, gracias por la invitación. Estos son
algunos de mis temores, miedos y preocupaciones, que tienen larga data pero se
han agudizado con el coronavirus.
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