Por: Irma Alma Ochoa Treviño | Monterrey, Nuevo León
En
un intento de estar enterada de lo que acontece me acostumbré a leer el
periódico desde la A hasta
la Z, excepto los anuncios de ocasión. Admito que en
el mundo global que habitamos es difícil estar al tanto de las noticias que, de
una u otra manera, desenhebran la aguja o rompen el hilo con el que hilvanamos
nuestros sueños o proyectos. Como lo ha hecho esta pandemia que, nos confina en
casa, para disminuir los contagios y no agotar los recursos humanos, médicos, químicos
y técnicos, con que cuenta el sistema de salud pública.
Ilustración proporcionada por la autora |
Una
de las acciones que a diario repito es leer la prensa temprano por la mañana. Solía
recoger las ediciones impresas del periódico antes que el gallo cantara y
tomara una taza de café. De madrugada, a eso de las 4 horas estaba lista para
leerlo, pero tuve que cambiar el horario por la extrema violencia que se asentó
en la ciudad.
Empecé
a leer el periódico a temprana edad, en la década de los 50´s. A falta de
libros y pocas bibliotecas en la ciudad, leíamos la sección infantil, a la que
llamábamos “monitos”. El domingo, mientras mi madre y abuela cocinaban y
limpiaban la casa, la nietada nos sentábamos alrededor del abuelo materno, quien
nos entretenía haciéndonos leer algunas secciones del periódico El Porvenir o de
El Norte.
En
la primera mitad del siglo 20 me hubiese gustado leer el Almanaque anual de la
Fundidora de Monterrey, disfrutando la sombra del nogal del patio, pero el ojo
censor del abuelo no permitía que leyésemos algunos artículos. Además nos pedía
leer de pie y en voz alta, decía que era para corregir la postura y los errores
de dicción.
Yo
obedecía, sin refunfuñar, lo que dictaba el patriarca de mi tribu, que con la
sola mirada nos hacía callar. No era temor, era respeto. No recuerdo una sola
vez en que el abuelo haya alzado la voz o
la mano para reprendernos.
En
aquel entonces la sociedad mantenía muchas prohibiciones para las niñas, solo nos
permitían leer algunos poemas y los monitos. Las demás secciones estaban
vedadas para mí por ser niña y haber nacido mujer. Aunque mi hermano tenía
menos edad que yo, él sí tenía permitido leer la página deportiva. A mis seis o
siete años de edad desconocía que eso se llamaría discriminación por razón de
sexo. Lo supe en mi adultez.
Con
ansia esperaba mi turno para leer los monitos.
Me gustaban los cuentos de El
Fantasma, un defensor con antifaz y mallas estilo pantimedias, que
traslucían su musculatura. En pos de la justicia El Fantasma, con un golpe
certero, marcaba a los criminales con su anillo de calavera.
En
esas tiras cómicas también supe de las aventuras del detective Dick Tracy y su valiosa lucha contra los
que quebrantaran la ley. Tracy portaba un maravilloso reloj transmisor,
prototipo de los actuales que emiten y reciben mensajes; vestía gabardina y
sombrero estilo fedora, igualito al que usan los mafiosos en El Padrino.
La
única vez que vi personificado a Tracy, fue en Rumania, cuando aún existía la
cortina de hierro. Tanto en Bucarest como por las calles de los pueblitos de la
Transilvania, hombres ensombrerados enfundados en gabardinas beige y negras,
con lentes oscuros, cigarro en mano y periódico para cubrir el rostro, vigilaban
los movimientos de tres turistas regiomontanas.
Nos
divertía y a la vez nos preocupaba, supusimos que a esos señores les extrañaba que
tres mujeres, procedentes de México, recorrieran esas montañas con la única
intención de conocer algo de la cultura de ese país, y visitar los castillos
góticos que Julio Verne y Bram Stoker refieren en sus novelas. Su vigilancia no
tuvo desenlace alguno que perjudicara nuestros planes de viaje.
Durante
más de dos décadas, en mi desempeño laboral en un bufete jurídico, me asignaron
la tarea de leer los diarios de más circulación en la entidad, hacer un resumen
de los edictos publicados y de las notas vinculadas con seguridad y con política
nacional y local. Cuando empecé a registrar las muertes violentas de mujeres
con presunción de homicidio doloso o feminicidio (antes no se conocía este
vocablo), ya tenía camino recorrido haciendo esta tarea.
En
estos días de confinamiento, me permití analizar mi hábito y relación con la
lectura del periódico; ese análisis me ha llevado a recordar bellos momentos
que me han construido en la mujer que soy. Esta costumbre, iniciada en la
infancia, me ha acompañado durante mucho tiempo, ha estado presente en mis
relaciones familiares, ha sido una asignatura en mi desempeño laboral y, una disciplina
en mi actividad actual como defensora de derechos humanos.
Agradezco
a Mujer Sonora la posibilidad de compartir con ustedes una de las reflexiones
que he hecho, en los días que lentos transcurren, mientras se levanta el
confinamiento sanitario.
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