sábado, 9 de mayo de 2020

Relatos de Mujeres COVID-19 | Hábitos


Por: Irma Alma Ochoa Treviño | Monterrey, Nuevo León

En un intento de estar enterada de lo que acontece me acostumbré a leer el periódico desde la A hasta
Ilustración proporcionada por la autora
la Z, excepto los anuncios de ocasión. Admito que en el mundo global que habitamos es difícil estar al tanto de las noticias que, de una u otra manera, desenhebran la aguja o rompen el hilo con el que hilvanamos nuestros sueños o proyectos. Como lo ha hecho esta pandemia que, nos confina en casa, para disminuir los contagios y no agotar los recursos humanos, médicos, químicos y técnicos, con que cuenta el sistema de salud pública.

Una de las acciones que a diario repito es leer la prensa temprano por la mañana. Solía recoger las ediciones impresas del periódico antes que el gallo cantara y tomara una taza de café. De madrugada, a eso de las 4 horas estaba lista para leerlo, pero tuve que cambiar el horario por la extrema violencia que se asentó en la ciudad.

Empecé a leer el periódico a temprana edad, en la década de los 50´s. A falta de libros y pocas bibliotecas en la ciudad, leíamos la sección infantil, a la que llamábamos “monitos”. El domingo, mientras mi madre y abuela cocinaban y limpiaban la casa, la nietada nos sentábamos alrededor del abuelo materno, quien nos entretenía haciéndonos leer algunas secciones del periódico El Porvenir o de El Norte.

En la primera mitad del siglo 20 me hubiese gustado leer el Almanaque anual de la Fundidora de Monterrey, disfrutando la sombra del nogal del patio, pero el ojo censor del abuelo no permitía que leyésemos algunos artículos. Además nos pedía leer de pie y en voz alta, decía que era para corregir la postura y los errores de dicción.

Yo obedecía, sin refunfuñar, lo que dictaba el patriarca de mi tribu, que con la sola mirada nos hacía callar. No era temor, era respeto. No recuerdo una sola vez en que el abuelo haya alzado la voz o  la mano para reprendernos.

En aquel entonces la sociedad mantenía muchas prohibiciones para las niñas, solo nos permitían leer algunos poemas y los monitos. Las demás secciones estaban vedadas para mí por ser niña y haber nacido mujer. Aunque mi hermano tenía menos edad que yo, él sí tenía permitido leer la página deportiva. A mis seis o siete años de edad desconocía que eso se llamaría discriminación por razón de sexo. Lo supe en mi adultez.

 Con ansia esperaba mi turno para leer los monitos. Me gustaban los cuentos de El Fantasma, un defensor con antifaz y mallas estilo pantimedias, que traslucían su musculatura. En pos de la justicia El Fantasma, con un golpe certero, marcaba a los criminales con su anillo de calavera.

En esas tiras cómicas también supe de las aventuras del detective Dick Tracy y su valiosa lucha contra los que quebrantaran la ley. Tracy portaba un maravilloso reloj transmisor, prototipo de los actuales que emiten y reciben mensajes; vestía gabardina y sombrero estilo fedora, igualito al que usan los mafiosos en El Padrino.

La única vez que vi personificado a Tracy, fue en Rumania, cuando aún existía la cortina de hierro. Tanto en Bucarest como por las calles de los pueblitos de la Transilvania, hombres ensombrerados enfundados en gabardinas beige y negras, con lentes oscuros, cigarro en mano y periódico para cubrir el rostro, vigilaban los movimientos de tres turistas regiomontanas.

Nos divertía y a la vez nos preocupaba, supusimos que a esos señores les extrañaba que tres mujeres, procedentes de México, recorrieran esas montañas con la única intención de conocer algo de la cultura de ese país, y visitar los castillos góticos que Julio Verne y Bram Stoker refieren en sus novelas. Su vigilancia no tuvo desenlace alguno que perjudicara nuestros planes de viaje.

Durante más de dos décadas, en mi desempeño laboral en un bufete jurídico, me asignaron la tarea de leer los diarios de más circulación en la entidad, hacer un resumen de los edictos publicados y de las notas vinculadas con seguridad y con política nacional y local. Cuando empecé a registrar las muertes violentas de mujeres con presunción de homicidio doloso o feminicidio (antes no se conocía este vocablo), ya tenía camino recorrido haciendo esta tarea.

En estos días de confinamiento, me permití analizar mi hábito y relación con la lectura del periódico; ese análisis me ha llevado a recordar bellos momentos que me han construido en la mujer que soy. Esta costumbre, iniciada en la infancia, me ha acompañado durante mucho tiempo, ha estado presente en mis relaciones familiares, ha sido una asignatura en mi desempeño laboral y, una disciplina en mi actividad actual como defensora de derechos humanos.

Agradezco a Mujer Sonora la posibilidad de compartir con ustedes una de las reflexiones que he hecho, en los días que lentos transcurren, mientras se levanta el confinamiento sanitario. 



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